jueves, 20 de agosto de 2009

Un escrito de juventud.


Buena oportunidad para dar un segundo aire a estos párrafos autobiográficos.

Siempre fui un horrendo obeso. De niño, en la primaria, mis compañeros me orinaban encima y me llamaban “el cara de mierda”. Cagaban, me tomaban entre tres o cuatro y, apretándome la nariz, hacían que abriera la boca para meterme papeles embarrados de sus desechos. Mi padre, un alcohólico y drogadicto, se entretenía viendo a mis hermanas bañarse y se masturbaba en cualquier lugar del minúsculo y fétido departamento. Mi madre, odiosamente estúpida, trabajaba todo el día y parte de la noche en una maloliente y grasienta fonda del centro de la ciudad. Mi inmundo cuerpo y yo estábamos solos.

Para cuando me gradué de la escuela primaria, ya me metía cualquier cosa en el ano para compensar los cerotes que retenía cada vez que podía. Como los aplastaba con mis nalgas, frecuentemente me embarraba y despedía un hedor insoportable. Cada vez que hacía eso, me bañaban mis hermanas con jícaras de agua helada en el patio, bajo la mirada de risueños niños y adultos del edificio. Lo que no sabían era que ese castigo me gustaba tanto como a ellos.

Fui desarrollando un placer por la vejación, por ser humillado, por hacer el ridículo, por dar lástima. A los trece años, mi padre me quebró todos los dientes frontales mientras me metía salvajemente el pene por la boca y se venía furioso, llenándome la garganta de semen. Después, le dijo a mi madre, eterna idiota, que me había descubierto metiéndome cosas por el culo y que por eso me había golpeado. No dije nada, había aprendido a disfrutarlo.

Hurgaba en el bote del baño y conocía el sabor de mis padres y de mis hermanas, tenía mis favoritos y jugaba a adivinar de quién era la mierda que ingería. La mía no me gustaba, me daba asco. Harto, sin embargo, de los mismos manjares, recorría restaurantes y supermercados y disfrutaba probar cuando alguien estaba enfermo: sabores agrios que duraban más tiempo en estado casi líquido. Me han contagiado miles de veces, pero nada ha podido postrarme más de una semana.

Un día me enfadó la mierda humana. En las miserables calles de barro que componen nuestra colonia abundan los perros sarnientos y la zona siempre despide los densos vapores de la caca animal. Me he convertido en un adolescente que a propósito pisa lo que los perros dejan para después lamer las suelas encerrado en su cuarto. Mi padre ya me coge por el culo y el hueco que dejaron mis dientes lo encuentra especialmente delicioso. Mis hermanas se han ido a parir hijos a lo pendejo y mi madre continúa manteniendo los vicios de mi padre y mi aqueroso estómago.

Como mi madre ve en mi “potencial” me inscribió en la secundaria sin importarle que estaba, al menos, tres años atrasado. Son días oscuros. Las gente se vuelve más inofensiva en sus burlas con los años. Me llaman simplemente “el puto”, “la cerda” o “el cacarizo” (porque tengo plagada la cara de granos). Nada más. Yo me como su mierda cuado visito los baños y a propósito me cago en las clases para escuchar insultos más graves. Cuando llego a casa se la mamo a mi padre y después voy y me cojo cualquier chucha en celo que pase. Vienen las vacaciones, ya me comienza a aburrir la mierda de perro y no sé con qué he de suplirle.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué silencioso quedó el blog después de esto.

isis dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lienzo dijo...

Ooooooook....
Señor: ¡¡queda sólo decirle que me ha encantado!!, salvo algunas cosillas, creo que de verdad es un gran gran texto, la cadencia y la fuerza se resuelven de gran manera, encima logro que me excitará, así que tengo que despedirme, porque no puedo usar las manos para enseres propios y escribir al mismo tiempo, que no? olé!!!
jajajaja felicidades!

Lienzo dijo...

Ooooooook....
Señor: ¡¡queda sólo decirle que me ha encantado!!, salvo algunas cosillas, creo que de verdad es un gran gran texto, la cadencia y la fuerza se resuelven de gran manera, encima logro que me excitará, así que tengo que despedirme, porque no puedo usar las manos para enseres propios y escribir al mismo tiempo, que no? olé!!!
jajajaja felicidades!

quique ruiz dijo...

Me gusta este cuento, aunque siento una repulsión inevitable.

Anónimo dijo...

Me recordó al Marqués de Sade, como si fuera el único que pudiera escribir cosas entretenidamente repugnantes.

Anónimo dijo...

fundamentally loathsome

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