jueves, 30 de julio de 2009

Brevísima Ciudad de municipios: rancho grande de ranchos grandes

La Ciudad es el tema, y se siente como en un capítulo de Los Simpson, cuando estos van y visitan Ciudad Capital. Aunque deja de sentirse así cuando no veo mi piel tan amarilla ni estoy yéndome a la Ciudad Capital, el Distrito Federal.

La Ciudad esta vez va a ser Mi Ciudad, y a ella le dicen Guadalajara. Pero tal vez tampoco voy a hablar sobre ella. Hay un mote para abreviarla en los periódicos, quizá sea frío "pero se entiende", y es entonces que con más frecuencia me acostumbré a no tener que interpretar una segunda y una tercera vez las letras ZMG. Zeta-eme-ge: Zona Metropolitana de Guadalajara (Así que esto es mi vida).


La ZMG está conformada por Guadalajara, El Salto, Tlajomulco de Zúñiga, Tlaquepaque, Tonalá y Zapopan, y para los turistas de El Montonal les traigo un pedazo de ellos, en forma de dulce de leche o rollo de guayaba.

Para empezar me sobran y me faltan los clichés y se me va de las manos el conteo de palabras óptimas para terminar con bien mi cachito de post. Entonces prefiero platicar sobre El Salto, bonito nombre para un municipio que antes se llamaba El Salto de Juanacatlán. Bonito nombre para un municipio no muy hermoso. Y aquí inserto mis recuerdos: Tenía 14 años y era en estas lluviosas fechas del año cuando fui a una de sus colonias: Las Pintitas. Los que conocen allá saben que un área se llama Las Pintas de Arriba y otra que se llama, oh sí, usted adivinó: Las Pintas de Abajo. En aquellos años mi mamá tenía una troca vieja de 1986, y con las lluvias de la temporada la presa de Las Pintas (en la que dicen que antes podías pescar mojarras) se desbordó y casi-casi no logramos llegar a la casa de la mamá de La Chispa, una niña que, atenta a las modas noventeras, a sus 11 años presumía un mechón rubio y decía "qué chispa".

Tlajomulco de Zúñiga: Tlajomulco de Zúñiga no tiene la culpa de que yo la recuerde como cómplice de mis antiguas infidelidades, la culpa la tendría que tener yo. Pero vamos, Tlajomulco también se inserta en mis recuerdos con sus caminos polvorientos rodeados de ladrilleras, el olor a pollo rostizado a la entrada (y el periférico, tan ruin, también a la entrada, a la salida), los perros callejeros por montones y las colonias de viviendas malhechas que el más-ruin-que-el-periférico-Vicente-Fox inauguró en el 2004, entre otros detalles feos como las ejecuciones, y otros detalles bonitos-chuscos como el recorrido turístico al cerro donde recientemente cayó un avión. (?)

Luego tenemos a Tlaquepaque y Tonalá, las hermanas artesanas. En ellas se forman en varias filas las esculturas, adornos, ropa, vajillas, muebles y no-adornos (es que hay cosas re feas) de barro, vidrio soplado, cerámica, bejuco, hierro forjado, yeso, piel, etcéteras. Para el que sabe o para el que no, en Tonalá se compra barato, en Tlaquepaque caro. Tonalá para mayoristas, Tlaquepaque para turistas. Tonalá tianguis y puestos de comida, Tlaquepaque oropel y restaurantes adornados con papel picado en los que tocan dos o tres mariachis: que el mariachi femenil, que el mariachi huichol... medio falso el ambiente folclórico, pero allí está para eso. (aunque el mercado y la azotea del Centro Cultural El Refugio hagan la diferencia. ¿La hacen?)

Zapopan, o Ciudad Zapopan, como casi nadie la llama, a excepción de los que la quieren mucho o los que se están burlando. O no, pero oh, Zapopan es muy lindo. No me canso de mencionar que la basílica de Zapopan es una chingonería de la arquitectura, y frente a ella su explanada en la que hace tiempo tocó la Sonora Dinamita y fui para presenciarlo (o para bailar, pero no sé bailar). Esa ocasión Margarita (la que canta) gritó varias veces una que otra majadería. Ahorita no recuerdo bien, pero digamos que fueron "chingado" o "méndigos". Entonces, a medio concierto nos anunció que el obispo de la basílica había mandado decir que no se dijeran palabrotas, a lo que Margarita contestó algo como: "¡Pues ya no digamos más groserías, chingada madre, todos vamos a bailar!" Y bailamos, sacrílegos.
Pero para hablar de Zapopan me voy a tardar, es casi como platicar sobre Guadalajara, o lo mismo que hablar de Guadalajara, porque, digamos que Zapopan es muy grande, más que Guadalajara, y que está lleno de contrastes entre marginación y plazas comerciales siempre nacientes, y de colonias con nombres divertidos como Jardines de la Patria o Arenales Tapatíos. O cerros conocidos como El Diente (al que nunca he ido) o un bosque con un nombre muy bonito: El Nixticuil.

Por último, en Guadalajara está mi casa, que no es mía, es rentada. Pero es donde vivo y aunque le digan rancho no lo he abarcado todo. La Zeta-eme-ge se me escurre por los dedos, muchas veces. Y cuando no, me sorprendo comiendo una torta ahogada (pero no echándole porras a Las Chivas, no vayan a exagerar). Cuando la extraño, paraíso gay (paraíso heterosexual luego) es cuando, de seguro, llevo dos días sin salir de mi cuarto, en un puntito de la ZMG.

martes, 28 de julio de 2009

Infinito

Aunque el Filósofo Aristóteles haya prohibido la existencia de infinitos en acto, y el rebelde Giordano Bruno haya concedido su existencia siempre y cuando se asuma que de ese infinito nadie puede escapar (pues lo llamamos universo, y por ser infinito, sólo puede haber uno), yo, señoras y señores, puedo afirmarles, sino asomo de duda, que ambos filósofos se han equivocado: dentro del infinito y único Universo existe otro más pequeño, pero no por ello carente de las propiedades del infinito legítimo.

Yo he estado ahí. Y he podido escapar sinnúmero de veces de sus imposibles linderos; aunque siempre me ocurre como en los sueños: jamás nos damos cuenta del instante en que dejamos la realidad y entramos al mundo de lo onírico. Así, justo así, me encuentro insensiblemente del otro lado de lo infinito cuando un Estrella Blanca o un ADO tratan de escapar a su fuerza gravitatoria. De alguna manera lo consiguen y entonces, por el módico óbolo de unas cuantas horas, nos hayamos en esos pueblos, ordenados y limpios, que nuestros paisanos se atreven a llamar su ciudad, sin saber si quiera el verdadero significado de esas palabras (¿o será que ésta es la que ya no es más ciudad, y debemos buscarle un nombre apropiado? ¡qué se yo! Megalópolis ya es poca cosa. ¿Infinitópolis? Llamémosle, mejor, Monstruópolis: único individuo de su especie, pues ¿cuántas infinitudes como ésta caben en el Universo?)

Sus habitantes desesperan algunas veces y marcan límites artificiales a su prodigiosa ciudad. Pero ¿cuántas veces no cruzamos la falsa línea que dice “Ciudad de México, Buen Viaje”, y, burlándose de nuestros urbanistas a carcajadas, Monstruópolis se extiende sin limitación que pueda contra sus potencias geométricas?

El matemático Cantor demostró que hay infinitos que caben dentro de infinitos. Él, claro, hablaba de números, y sus demostraciones jamás pasaron del papel y el lápiz. Pero quizás la evidencia experimental del prodigio por él imaginado se halla aquí. Porque aunque éste sea un infinito acotado, pues puede ubicársele en el mapa, posee propiedades que sólo un infinito tiene. He aquí las pruebas que he conseguido reunir:

a) Ninguno de sus habitantes la conoce toda entera. Ni el taxista veterano más aventajado está libre del potencial peligro de la exigencia de algún pasajero por llevarlo a un lugar totalmente ignoto.

b) Aunque siempre frecuentemos los mismos lugares, como el centro (¡cómo ese infinito se atreve a poseer un centro!), jamás veremos dos veces las mismas caras. ¿Cuántos millones de rostros nuevos y siempre nuevos nos encontramos cada sábado que vamos a caminar por Francisco I. Madero? Lo prodigioso es que el prodigio ya no nos sorprenda.

c) Los prodigios mencionados por Monsiváis: en el vagón del metro se resisten a perder su principio de individuación la infinita cantidad de almas que caben dentro del tren de las ocho de la mañana, línea uno, dirección Observatorio.

Y de éste último prodigio queda claro que nuestras propiedades corpóreas han sido afectadas por habitar en tan misteriosa ciudad. Porque sólo así, siendo infinitas en número las almas que habitan una superficie que se presume finita, se explica nuestra falta de imaginación: no es que ella sea poca, sino que todos los pensamientos posibles, pasados, presentes y futuros, por más que sean, por más apabullante que sea su número, es finito. Y cada pensamiento está condenado a repetirse infinitas veces a causa del infinito número de almas que habitan esta ciudad. Por eso, como lo relata el mismo Monsiváis, aún el pensamiento más excéntrico es compartido por millones en un mismo instante.

Quizás no sea la ciudad la prodigiosa. Quizás los que ya dejamos de ser individuos somos nosotros. Porque el infinito posee sus propias paradojas. ¿Cómo saber que, cuando al fin regresamos a casa y con alivio comprobamos que la llave aún abre la cerradura, y que adentro nos espera el mismo gato… es efectivamente el mismo gato, y la misma cerradura, y el mismo hombre?

¿y si fuera que, al ser Monstruópolis la suma de sus lugares infinitos, pero al ser simultáneamente finito el número de modos y posibilidades de vida, hemos caído inadvertidamente en otra casa, gato y hombre iguales?

viernes, 24 de julio de 2009

La ciudad y sus habitantes.

Cuando pienso en la ciudad, pienso especialmente en el centro de esta ciudad. Le aseguro que ahí encontrará lo que busca. Si usted quiere accesorios de oro y plata, vaya a las joyerías de la calle Madero. ¿Un vestido ampón para usar en su fiesta de quince años? No deje de ver las vitrinas que hay en República de Nicaragua. ¿Un smoking? Lo acompaño a la Lagunilla. Si busca una mascota exótica, visite el Mercado de Sonora (cierta vez un vendedor me aseguró que tenía a la venta un Beagle, que al mismo tiempo era Basset Hound) y en el mismo lugar hallará las hierbas necesarias para hacer un amarre o algún trabajo de Santería. Instrumentos musicales: República del Salvador. Alimento difícil de conseguir: Mercado de San Juan. Pedrería: Bolivar. Libros viejos: Donceles. Putas: La Merced. Lámparas y candiles: Victoria. Figurines de dioses prehispánicos: Zócalo. Y aquí, allá, repartidos en partes iguales encontrará hoteles, iglesias y cantinas.
No conozco muchas ciudades. Pero sé que en otras, como en ésta, alguna mujer se detiene entre la multitud para mirar un par de zapatos a través de la vitrina, una pareja sale del hotel acostumbrado y se pierde en las calles, el comerciante ofrece sus productos al paisano y al extranjero, la familia gasta sus ahorros en comprar lo necesario para dar una gran fiesta, los que vuelven de la oficina se dirigen a un bar, los que vuelven deslomados se dirigen a un tugurio miserable, una mujer se prueba el vestido de novia, la puta vuelve a casa después de la jornada, un vagabundo habla solo, algunos entran en la casa de dios y otros celebran, con nostalgia, a los viejos dioses desterrados.


Fotografía: Mijael Jiménez.

miércoles, 22 de julio de 2009

Mímesis

Alrededor, durante el día, se despliegan los colores: en las canastas de dulces que vende un señor, en los letreros fosforescentes de los puestos de tortas, en las letras rojas y amarillas y azules y a veces rosas de las tiendas de abarrotes. Venas anaranajadas se extienden en el subsuelo.
Pero, desde arriba, la ciudad es gris. En el gris reconozco edificios y monumentos también grises, y el gris pavimento y hasta autos grises con sus neumáticos más oscuros aún.
A cierta hora de la tarde nos cae el aburrimiento. Todo lo vivo se despinta, se destiñe, se diluye. Camaleónica ciudad, hecha de matices, contrastes y monocromías.
Si son las ocho de la noche no somos distintos de las moscas que revolotean sobre los tambos de basura, no somos distintos de los perros que duermen o ladran o esquivan los coches. Los árboles también se vuelven polvo o ceniza antigua. Ratas vagan entre banquetas, coladeras, bardas, pies... La lujuria de los gatos es también gris. Gris nuestra noche de telenovelas y de mañana será otro día.
Me reconozco en los objetos con los que queremos poblar este sitio de alegría, pero al caer la tarde sólo veo el gris y no sé dónde comienza ni dónde termina. ¿Lo gris es la ciudad, somos nosotros, será la luz o el humo de hidrocarburos? En esta mímesis urbana, ¿quién imita a quién?

lunes, 20 de julio de 2009

La Ciudad de los Poetas (OVERTURE)


Son las dos de la madrugada, camino de vuelta a casa tras una noche de sexo en el hotel “Minerva” , las calles semivacías están húmedas por la gran lluvia que sucumbió esta noche; al andar me percato que un muerto mas ha sido encontrado en el desnivel que pasa cerca de mi casa, lo rodean cinco patrullas y una ambulancia que iluminan la obscuridad perpetua de las calles de mi cuadra, las prostitutas son interrogadas y los coches que pasan por la avenida son desviados tras su inevitable baja de velocidad ante el morbo cotidiano de ver lo que ha acontecido. Tras pasar no muy lejos de la escena del crimen me doy cuenta que esta vez algo ha cambiado, esta vez la victima ha sido un pequeño niño no mayor de once años de edad; envuelto en una bolsa negra de basura yace su cuerpo desnudo, frágil y lastimado. Mi caminar es continuo paso de lado y sigo mi camino, no era raro ver este tipo de escenas así que decidí mejor llegar a casa lo antes posible ya que mi hambre postcoital merecía una prioridad.
Al estar ya en mi casa mientras me preparaba un modesto sándwich me detuve un instante entre la mayonesa y el jamón como si el soplo más leve de un hielo seco recorriera mi cuerpo de abajo hacia arriba, y recordé esa imagen de aquel rostro infantil, aquel rostro golpeado y muerto; y me puse a pensar inmediatamente en mi hermano el cual tiene la misma edad que tenia aquella victima, y si tal vez el pudo ser la víctima y no aquel desconocido infante.
Pero estos pensamientos no inverosímiles son cada vez más comunes y tendrán que ser aceptados ya que aquí en esta ciudad así es como se vive, día y noche sus calles ven el ciclo de la vida pasar efímeramente y en donde los justos son un personaje más de televisión. Así se vive aquí en la ciudad que me ha albergado por casi toda mi vida y una tregua nos mantiene vivos todavía, esta es “La Ciudad de los Poetas”.

viernes, 17 de julio de 2009

Ciudad de cal


fluye la ciudad

como en caricatura

una esquina

un hotel

una plazuela

con una fuente seca

todo

oscuro

oscuro

todo

con una fuente seca

una plazuela

un hotel

una esquina...


*


Miras

el puente

con sus barandales amarillos

y el camellón

ínfimo

intermedio

esperando al peatón equilibrista.


*

andar la misma calle

cada vez,

como si fuera otro país

otros los zumbidos

de los coches pasando,

otras las sombras

alargadas

de los mismos edificios


otras las mujeres

hundiéndose en nuestros dedos

aunque sean siempre

la misma

triste.


otro el abismo

pero no

el mismo país con sus bardas

pintarrajeadas

de los mismos aerosoles baratos

con la misma simpleza

entre los trazos

el mismo país

con nuestras madres

con sus hijos


(nuestros)


abandonados

en el mismo parque

donde descubríamos

de niños

parejas que se besaban

tras los árboles


cruzar maravillados

la misma amplia

plaza

en la que se repite

el organillero

con sus notas.

sábado, 11 de julio de 2009

Arqueología

Cuando ya no crezcan sino matojos de hierba en la ciudad, cuando el último eco se haya ido.


¿Qué monstruosa arqueología dará cuenta de nuestros hechos?

viernes, 10 de julio de 2009

Si bien dicen... bueno, la verdad nadie dice nada.

Creo que después de muchísimo tiempo viviendo en una ciudad, puedo llegar a varias conclusiones, ninguna de ellas tiene que ser tomada con seriedad indiscutible. De hecho, estas conclusiones pueden pasarse de ingenuas, un poco tontas, pero al fin y al cabo son dejos del mejor maestro, que resulta ser la malditísima experiencia (y tú lo sabes, método científico, tú lo sabes).

Para más información: mi nombre es Elsa y por 21 años (que... eh.. resulta ser mi edad actual) he vivido en el D.F. específicamente dos delegaciones que, desde mi punto de vista, resultan ser totalmente contrarias: Iztapalapa y Benito Juárez. Y digo que son contrarias porque, aunque sólo llevo 4 años en la d. Benito Juárez, he aprendido mucho de este lugar. Por ejemplo, en Iztapalapa no eran raras las noticias de que entraron a la casa de la vecina, le robaron sus pocas cosas y la violaron. Acá en la Benito Juárez el kilo de fresas te sale como 40 pesos (o más, pues). En iztapalapa venden unas cemitas deliciosas y acá en la Benito Juárez una torta de tamal ronda por los 15 pesos (bueno, no me gusta el tamal, así que tampoco me voy a matar por eso). En iztapalapa los vecinos eran muy amables, acá te echan indirectas y creo que la vecina de enfrente es amante de un tipo importante en la política. Ambos lugares me han dado lindos recuerdos, Iztapalapa se llevó 17 años de mi vida, go figure. Así que, como pueden ver, en 21 años, y con un historial de vivienda en dos delegaciones (y las que faltan, supongo), siento que mis raíces familiares me asentaron en los extremos que pueden darnos una ciudad como esta, la Ciudad de México.

Sin embargo, pese a que mi hogar (al menos el que la familia me ha dado) está en estas dos delegaciones, lo cierto es que mi vida se desglosa en todas partes: Mi universidad, mi vida juvenil, la razón de mi angustia adolescente, la razón de mi futura úlcera péptica, los lugares a los que me gusta ir a caminar, el lugar donde estoy aprendiendo a andar en bici, la banca donde comí un helado y creí ser feliz, el lugar donde por primera vez besé y pensé que todo acabaría bien: ese conjunto de lugares soy yo y son producto de conocer la ciudad, ya sea por primera vez o regresar a un lugar por el mero gusto de hacerlo.

Y claro que en mi vida futura me veo aquí. No sé ustedes, a mi sí me gustaría mi departamento en la condesa, nada escandaloso, un lugar que pueda hacer mi propio hogar. Y digo esa colonia porque vi un departamento que grita mi nombre, sin embargo yo no puedo responderle, porque no tengo dinero, no trabajo y, lo peor: alguien más ya lo tiene. Pero hey, los sueños rotos también son comunes en una ciudad como esta, en una vida común y corriente. Y me sigo viendo en una ciudad.

Aunque tampoco creas que no he llegado a odiar esta ciudad. El tráfico, la basura, las construcciones, las cosas inútiles que pasan, el stress: me hacen morir un poco por dentro. Pero también resulta que esas cosas son rutina, que hasta quejarse ya es anticuado. La gente que también vive en la ciudad sabe que a fin de cuentas son cosas con las que tienes que aprender a vivir, casi como las exigencias de una religión: humanamente imposible. Pero hey, sigo aquí. Y sí, porque quiero; tal vez porque no soy de las que les guste el cambio. Pero bueno, qué le voy a hacer. Esta ciudad es mi hogar, al menos hasta que sea una de esas personas que les gusta el cambio.

Construct><Destruct

miércoles, 8 de julio de 2009

Hyperícum perforatum


- ¿Y sí me voy a dormir? Oiga, es que yo no estoy deprimida, ni ansiosa, ni nada de eso. Sólo quiero dormir bien esta noche y ya.

Y la pinche vieja del mostrador me vio con su sarcástica jeta de: “claro, otra que no está deprimida”.

Pero pinche vieja porque yo no estoy deprimida. Sólo quiero poder dormir bien hoy. Eso es todo. ¿Es un pecado? Jodida ella con su cara de malcogida y su trabajo de aburrimiento como cajera de un GNC. Jodidos todos los que barren este pinche edificio y limpian las cacas en los baños de 7 a 5:00 pm. Los adolescentes que atienden el Sushito y se desvelan pensando que aprenderán inglés y obtendrán una chamba en Cancún. Yo estoy bien. Jodidas todas las señoras que están en el sanborns comprando El Tao del Amor. Jodidos todos los pinches yupis que toman lexotanes e intentan sudarlos en el gym. Ahí sí preocúpate. ¿Yo qué? Esta madre ni adicción causa. Lo dice en la etiqueta es un “tratamiento natural para los estados depresivos (apatía, desgano, pérdida de la autoestima y ansiedad)”. Ósea, entiéndase, estados depresivos que no son una rejodida depresión ni mucho menos. Al contrario, son el aceite que acciona la maquinaria de este puñetero centro comercial en el DF. Pus yo qué. Sólo me tomaré unas florecitas encapsuladas con el poético nombre de “hiperícum perforatum”.

¡Ah, la Gran Ciudad!

Podría empezar esta entrada con las referencias hoy día casi obligadas de Sin City: (con voz áspera, aguardentosa) “esta ciudad me va matando poco a poco y sin embargo somos amantes” o algo así; u otra referencia de moda, los Watchmen: “esta ciudad me teme porque he visto su verdadero rostro”… pero mas bien me la ahorro porque esto es tan solo una breve reflexión de mi relación con la ciudad… la Gran Ciudad.


He escuchado las mas diversas opiniones al respecto, pero en su mayoría son negativas, y es que cómo no, si manejar en sus calles es casi un deporte extremo y ser peatón es bastante peligroso, moverse en transporte público toda una aventura; así como la inseguridad, la falta de agua, el amontonamiento, la contaminación (del aire, visual y auditiva); y a veces se percibe odio e intolerancia por todas partes.


Repasando las líneas del buen Ezequiel pienso que esta ciudad no es ni ética ni estética.


Yo sin embargo puedo decir que disfruto mucho de la ciudad, me gusta este ordenado caos y en su amplísima diversidad mas o menos uniforme, pero lo raro, y de ello me di cuenta hace unas semanas que cruzaba la ciudad de cabo a rabo, es que mantengo una relación extraña y distante con la ciudad.


Por supuesto que me gusta vivir en ella porque me las he arreglado para ir una o dos veces por allá, y cuando voy evito los horarios de mayor afluencia, visito uno o dos lugares cuando se que no hay nadie, y tengo esquematizada toda mi trayectoria para no distraerme con nada y cumplir mi plan rigurosamente. Afortunadamente he podido organizarme de tal modo que mas de la mitad de mi correspondencia y de mis diligencias de trabajo las resuelvo por correo electrónico y si no me queda de otra el teléfono.


No vivo en la ciudad, y en realidad no convivo con ella, tengo 45 minutos para mentalizarme en el camino, hacerme a la idea de a qué me voy dirigiendo, el sonido del campo se me trasforma poco a poco en un sonido citadino, filoso, molesto, sucio… cada vez que voy allá llevo conmigo esa especie de ostracismo sociable que caracteriza mis días por ahora, es decir, aún soy funcional en la sociedad y no un anacoreta total, pero ahora que se que tendré que ir pronto al dentista, y pasar un rato en una sala de espera con otros citadinos, esos de verdad y no de nombre, me incomoda un poco, y me sorprende que me incomode. La otra parte extraña es que la gente de por acá no ve como parte del campo, sino como un extraño mas de los que huyen de la ciudad.


A veces pienso que esta ciudad sería mas disfrutable con la mitad de la gente y una tercera parte de los automóviles… y a veces deseo que cayera un meteorito, y acabara con la humanidad, como aquel que cayó en la península de Yucatán y exterminó a los dinosaurios, pero eso solo pasa cuando me atrapa en el tráfico y no puedo huir a tiempo.


Nunca he pensado en vivir en otra ciudad, aquí nací y no se si estaria dispuesto a morir aquí, morir por ella definitivamente no. Cualquier otra ciudad candidata a darme asilo tal vez debería cumplir con dos cosas: que pudiera vivir fuera de ella, pero no un suburbio como Ciudad Satélite o su némesis Ciudad Nezahualcoyotl, mas bien tendría que ser el campo, y debería tener una Universidad parecida a esa por la que pasé y es gran parte de mi vida.


No lo sé, me gusta la ciudad quizás porque realmente no vivo en ella, a veces solo paso a visitarla. Siguiendo los clichés de Sin City o Watchmen, yo podría decir que es como mi novia de primaria, a veces nos tomamos de la mano y nos vemos solo de lejitos en el recreo.

martes, 7 de julio de 2009

¿Podría decirme dónde estoy?

Una escala inesperada, pero que al fin me ganaría un día más de subsistencia. Planas que recoger y una clase a la que asistir después. Salgo del taciturno edificio en la calle Luz… advirtiendo que mi recorrido habitual se ha descompuesto. Me altero y pienso. ¿Pesero o metrobús? Un tramo en el último y luego veremos…

El camión decía Plateros y de oídas supe que podría acercarme a mi destino. Pero el nombre me remite a un pueblo de formadores de espadas y armaduras. Me distraigo mientras el vehículo se escurre penosamente por avenidas sin tiempo, y luego se lanza furioso por un espacio abierto, haciendo saltar todo lo que se opone a su paso.

Transcurren los instantes, los pasajeros bajan aquí, después allá. Los últimos rayos del sol hacen lo mismo. Yo reflexiono y caigo en que los Plateros son de Taxco. El chofer mira al retrovisor con fastidio…

Sucedió entonces. En una esquina bajó el último de los pasajeros conscientes. El camión continuó conmigo a bordo, corriendo a través de los últimos terrenos en los que el mundo alcanzó a tener escenografía. Y al fin llegó, al lugar que el Artífice ya no quiso moldear, a donde el Arquitecto se negó a levantar cualquier monumento, a donde solo el polvo acompaña el desconcierto de los que se han perdido.

Mas ni aun así dejé de divagar. “¿Alguien podría decirme donde estoy?”, pensé y recordé los mapas del metro que dicen “Usted está aquí”. ¿Por qué no tomé el metro? Por extraño que parezca, nunca puede uno perderse en las entrañas de las grandes ciudades. Uno se pierde afuera, donde la numeración salta del 10 al 120 y luego al 4, y donde siguiendo una flecha se llega a dar con otra que apunta en sentido opuesto. Y yo, que en realidad nunca sé bien donde piso, continuaba en el único camión que iba al fin de la metrópoli, de la comunidad, del mundo; al límite de los terrores, los pleitos, los crímenes y los sueños.

No pude resistirlo. Al llegar al lugar donde una grúa sostenía el último trozo de cielo sucio me bajé. Le di la espalda al fin de todas las cosas. A lo lejos miré hacia el gran distribuidor, donde los autos habían encendido millones de estrellas. Y recordé, “todos están perdidos, pero fingen que no”. Me tranquilizó unirme a los otros en el extravío. Sin enfado, sin temor, con la tranquila conciencia de que no llegaría a donde tenía que estar, me lancé a los brazos de esta ciudad laberinto.

lunes, 6 de julio de 2009

La ciudad o su reverso


Yo no sé qué es la ciudad porque el pez es el último que sabe que vive en el agua y yo nunca he vivido en otro lado. Es más, no sé la ciudad de qué es antónimo. ¿Qué es lo contrario de la ciudad? ¿El campo? No lo creo, porque conozco ciudades en el campo y he visto el campo adentro de las ciudades. ¿Un pueblo?

Yo crecí en una ciudad que, ahora que recuerdo, era un pueblo -y lo sigue siendo- con su banda de viento en el kiosko, su café de parroquianos, sus beatas de misa de siete. Después cambiaron los camiones por microbuses y pusieron un Liverpool y todos decíamos "Ahora sí es una ciudad", y sí, sí era, pero no por eso sino porque ya lo había sido desde hacía más de quinientos años. Los pueblos como el mío son ciudades aunque no sean metrópolis. Y las metrópolis a veces no son más que la suma de muchos pueblos.

Ser ciudad tampoco depende de las dimensiones ni del número de habitantes, porque conozco ciudades pequeñitas, minúsculas, y ciudades desiertas también: ciudades donde nadie habla.

La ciudad no lo es por su tamaño ni por su infraestructura, sino por su diversidad: ciudad es todo lugar a donde haya llegado por lo menos un extranjero. Entonces todos salen a sus puertas y se le quedan viendo, y se preguntan ése qué vende, ése a qué viene, a quién conoce, por qué habla tan raro. Así empiezan a decir "nosotros somos iguales y él es diferente" y en eso surge la ciudad. Toda ciudad, por definición, fue fundada por un extraño. Incluso hay ciudades que no tienen otra cosa más que desconocidos.

Lo contrario de la ciudad es el cementerio.

jueves, 2 de julio de 2009

Nerón Ñerón


Ciudad es: un cielo estrellado caído en la tierra que forma un mar de luces eléctricas, un laberinto de caminos y muros que protegen tesoros y esconden un mapa-calendario, formado por torres construidas sobre templos antiguos que fijaron el ritmo del tiempo y el espacio. Es mercado y refugio de mercaderes, es cuartel, escuela, plaza con fuentes, jardín, hospital, cárcel y basurero. Es cruce, fin y comienzo de rutas, y pensamientos. Acuerdo de citas que se vienen sucediendo desde el comienzo de la historia y se proponen continuar los ritos, los intercambios, las transformaciones y los descubrimientos, si la fortuna y la técnica coinciden para permitirlo. Una ciudad ética tiene que ser estética. ¿será? no tengo idea... me gusta como suena. Porque antes aquí no había nada de lo que hay ahora, era la hierba y el agua corriendo, y me pregunto ¿de dónde habrá salido tanto? En algún lugar debe haber un hoyo inmenso, o muchos de distintos tamaños, de dónde sacaron todo lo que aquí pusieron.

miércoles, 1 de julio de 2009

EL MONTONAL

¿De qué trata este blog? Se preguntarán sus mercedes. Y los autores contestamos: trata sobre todo aquello que se pueda escribir, fotografiar o hacer caricatura: infancia, literatura, mal de amores, cine, chachachá, reformas universitarias, marcianos, modas, filosofía, sexo, anarquismo, los ochenta, juegos, arte posmo, los noventa, capitalismo, inventos, traumas, tradiciones, ex novi@s, utopías, superhéroes, minifaldas, viajes, luminarias y algunas piradeces. Como quien dice: bienvenidos a este montonal de cosas.

Primer tema: La ciudad.


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