miércoles, 23 de diciembre de 2009

Odio no poder escribir lo que quiero

Tenía la idea clara y todo, pero cuando empecé a escribirla, con cada palabra asentada me apartaba más y más de lo que realmente quería escribir. Era un relato un poco paranoico sobre un par de personajes que me encontré en la calle.

Él era un chico que esperaba fuera de la secundaria cercana a Radio UNAM, no era guapo, ni atlético, ni se veía como un gran casanova, sin embargo esperaba paciente enfrente de la escuela con un ramo de rosas y un sobre, que claro, contenía la carta donde declaraba sus intenciones de cortejo a alguna señorita. Parado bajo el sol, con sus rosas y su carta, pelo negro negrísimo, bien peinado, el suéter gris y la camisa blanca, enormes lentes de pasta, más por la ceguera que la moda, encorbado, casi de mi tamaño. Parado, paciente, esperando.


Lo pasé de largo y encontré la otra mitad de la ecuación, una chica que claramente se escondía de él, junto con sus amigas, cuchicheaban mientras espiaban la entrada de la secundaria. Ella era delgada, pelo negro largo y peinado de moda, una palestina que adornaba su cuello, la falda gris tableada y el mismo suéter gris horrendo, escondida, pacientemente dejaba pasar el tiempo, qué el se cansara y rindiera primero, no deshojaba las rosas, sino los minutos, paciente esperaba que él perdiera el temple y se retirara.


La idea era juntarlos en un mundo aparte, de sueños, en el que ella lo visitara como súcubo, y el como íncubo, con sus respectivas personalidades claramente modificadas por y acorde a los deseos de los soñadores, el un galán imperturbable y mala hostia como esos que dicen que las chicas aman odiar, y ella una insaciable, lujuriosa y fiel visitante nocturna.


Pero, conforme lo fui desarrollando, la idea ya no parecía tan fantástica como pensé al principio y los dejé irse y perderse en la oscuridad de la noche. Odio no poder escribir lo que quiero TAL como lo quiero y hoy es la Antinavidad, pásenla con su criatura de la noche preferida...

(mta que pendejo estuvo ese final, ¡disfruten la antinavidad pues!)

viernes, 18 de diciembre de 2009

Vómito cardenalicio.


¡Qué decir! Le encantaba tragar hasta hartarse, pedir el cáliz de oro donde se supone el vino sufre la transubstanciación y vomitar dentro los restos parcialmente procesados de su exagerado almuerzo. ¡Menudo reemplazo de la sangre de Cristo!

El día que conocí a Juan "Satanás", su excelencia, un cerdo inconcebible, me cogió cuatro veces seguidas. Afortunadamente tiene la verga corta y regordeta así que, si bien me abría el hoyo del culo bastante, no era demasiado doloroso. Tenía yo sólo 8 años. Para él era yo ya muy viejo pero tenía que darme de todas formas "la consagración".

Le gustaba dibujar con el semen la cruz en la espalda de los sodomizados. Nos santificaba el lomo con su líquido bendito, decía. Con el tiempo fue adquiriendo más y más mañas, se fue haciendo insoportable. De coger y trazarnos la insignia divina pasó a utilizar los artículos sacros en sus felonías. Nosotros lo tomábamos a broma y nos burlábamos a escondidas de las extravagancias del señor Cardenal. Después de todo ni ingiriendo a diario el cuerpo de Cristo en las misas podía ya hacer que se le parara la pija.

Imposibilitado para una follada normal, derivó en la coprofilia y demás costumbres bastante grotescas. Le gustaba que nos pusiéramos sus ropajes de mayor gala, sus trajes de lujo, y que cagáramos en las mitras de mayor altura. Decía que si las lográbamos llenar, se tragaría el contenido. A tal fin, nos avisaba con tiempo, así que nos preparábamos comiendo cualquier porquería que nos provocara diarrea.

¡Excelente Eucaristía la del cardenal bebiendo de la mitra llena de mierda fluida! Pensaba que le servía de afrodisíaco pero no resultaba...al menos no la mayor parte de las veces. ¡Pero cuando se le lograba parar! ¡Pobre del que estuviera más cerca! Gruñendo lo embestía frenéticamente hasta que lo bañaba con su semen ya en estado de engrudo, rancio, fermentado y maloliente.

Cuando ya no me gustó fue cuando, habiéndose puesto asquerosamente obeso, incapacitado ya hasta para caminar, debíamos pulular a su alrededor desnudos, saltando sobre él y dándole a mamar nuestro miembro por turnos. Digo, eso no era lo malo, éramos como pequeños sátiros traviesos a su alrededor. Lo desagradable y repugnante era lo del cáliz.

Tragando todo el día, en algún momento se le tenía que llenar su inmundo abdomen. Aún así seguía metiéndose vianda tras vianda, hasta casi reventar. Entonces, cuando sentía el sabor agrio en la garganta de los jugos estomacales, pedía de súbito la copa, sagrado receptáculo, y lo llenaba rápidamente de hediondo licor.

Comenzaba entonces el festín asqueroso que llamaba "el máximo sacramento". Pasaba la copa a cada uno de nosotros y teníamos que beber un trago a la vez hasta que volviera a él. Nos sentábamos en torno a su figura inmensa y sudada y bebíamos. Para cuando retomaba el recipiente, con ya poco contenido, todos habíamos vomitado también sobre la cama y entonces él mismo consumaba el acto, tomando las últimas gotas de aquel elixir infernal.

Mandaba cerrar entonces puertas y ventanas y se quedaba dormido, totalmente exhausto, entre aquellos vapores de comunal vómito. Nosotros por fin podíamos cogernos en cadena, liberados del monstruo. ¡Cómo deseábamos eliminar el acto anterior y quedarnos sólo con lo presente, la libre fornicación! Pero no, el sapo ese tiene mucha cuerda y decidí huir un buen día, saltando la valla del recinto donde se forman los herederos de su curia.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Fantasmas

Alguna vez oí hablar de los demonios personales; de esas presencias oscuras y rojizas que se enredan en nuestra vida siempre llevándonos hacia algún tipo de pecado capital...

Ojala mis fantasmas fueran demonios; ojala fueran esas presencias temibles (con lenguas seductoras y ágiles ojos) que te empujan, un pie tras el otro, hacia el abismo... pero no, hasta en eso la mediocridad me acongoja... sólo fantasmas, tristes y paupérrimos, grises y ensimismados, con los ojos hacia su propio ectoplasma, con los labios resecos, monosilábicos, trastabilleando rincones, siguiendo mis pasos sin ánimo de espantar, sin ánimo de aparecer, siguiendo solamente por seguir, por de alguna forma permanecer.

Tantas veces los he odiado, tantas veces los he azuzado, con la punta de la guadaña, para que me ataquen... tanto los he mirado a los ojos... Huyen, como niños retrasados, dejando hilos de baba en las paredes y un profundo sentimiento de asco hacia su "no humanidad"....

martes, 24 de noviembre de 2009

Aparición (con su beso de cemento medio dado)



Si te despiertas y cuentas tu aventura: "te van a envenenar, yo lo vi", el escucha se preocupa y te pone algún mote poco ligero, como esquizofrénico.

Entonces, para darle la vuelta al que no quiso comprenderte, y porque es algo íntimo además, te guardas el beso que pudiste darle a la ciudad, o al revés, que la ciudad pudo ofrecerte. 

Aunque fue un viaje en vertical al principio, de puros huesos de edificios, como le llamaste rancheramente a la hora de la subida. La viga fría también eriza la piel, supiste al despertar. Pero espera.

De pronto, verticalidad cero. Así le vas a llamar, desde la ventana. Buscaste dentro de tu bolsa del pantalón. Centavitos. 

—Pero mañana...

Y esperas. 
Te invitaron a la gran ciudad, a la Gran Ciudad, a la GRAN CIUDAD o a la GrAN cIuDAd (así la viste, en el subibaja de edificios, parques, casas, templos o mercados que la conformaban) y tuviste que llegar allí en calidad de roto.

—Hasta en sueños tengo que ser pobre...

Pero hasta en sueños no, porque sobrepasaste... la ciudad... que te sobrepasó, con su garra, con todo el escombro frío y las luces azules de uno de sus modernos pasos a desnivel (hasta 120 km/h permitidos para el tránsito vehícular).

En medio del monstruo, pero del otro lado, aunque las murallas parecieran estar algo pasadas de moda, pero del otro lado... del puente, el Congreso de Expertos.

Bien, el señor al que buscamos se encuentra en el Congreso de Expertos. ¿De expertos en qué?
No, no te perdamos de vista. Mañana vas a tener billetes para pasar al otro lado. 
Y conocerías al señor experto al que le traes idea. El viaje vertical con su ósculo de acero incluido tenía el firme propósito de encontrarlos (si llenabas tu bolsa de monedas, cruel condición poco romántica).

Pero no, el día siguiente fue otro diferente. Ojos que se abrieron. Irónicamente ahora están más cerca, ¿qué no?

Quizás.
Y te propones seguir evitando la línea de "te van a envenenar, yo lo vi".

viernes, 20 de noviembre de 2009

íncubo guardián

Diablo de la guarda...

Bebes con deleite la oscuridad que mana de mi tintero y pernoctas al calor intermitente de la lámpara, arrullado por el pulso mecánico del minutero.

Tú que anidas entre las cuartillas garrapateadas que desbordan mi escritorio y los montones de libros disgregados por doquier, acepta mi humilde sahumerio de cigarro y estos pozos de café en ofrenda.

No me desampares.
No me dejes nadar solo en los oceános del polvo y basurilla de mi habitación. Musarañas y alimañas caseras no haya más.

No me abandones.
Desde la atalaya de mi hombro guárdame siempre a diestra y siniestra.

Guíame en la noche, guardame de la cruda luz de la mañana.
Que tu canción me acompañe en las horas más oscuras
y el corazón del silencio se abra para mí.

Ahora y siempre...


Ludovico Pío Ariosto, íncubo personal.

Nacido en Constantinopla (ca. I-III d.C.).
Escéptico por convicción e iconoclasta por afición.
Perseguido y condenado innumerables veces por las razones anteriores.
Actualmente ejerce sus funciones de íncubo guardián en algún lugar de Xochimilco desde la comodidad de un sillón, donde también ocupa su tiempo en planear la dominación del mundo.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Sobre el porno y esas cosas que uno piensa "esto sólo me pasa a mi"

Era yo muy pequeña. O tal vez no, pero tengo 21 años (en octubre los 22) y cualquier día, antes de hoy, me parece que era mil años más joven. La cosa es que cuando era -realmente- joven (digamos, de 11-12) en mi casa teníamos sistema de cable, aquél llamado multivisión. Era de cajita, con números rojos y era un problema usarlo porque se iba la señal a cada rato, pero no importa. Ese sistema de cable me dio muchos momentos buenos y por eso yo le tengo cierto cariño a la tele, al menos a la que me crió. Por ejemplo, descubrí el fantasma del espacio de costa a costa (el talk show), El Laboratorio De Dexter, La Vaca Y El Pollito y muchísimos programas de los noventa que de recordarlos, se me llena el corazón de amor. Y como no estaba de moda el doblaje, luego veía algunas caricaturas en inglés, de donde sale mi teoría de que mi base sobre el conocimiento del idioma viene de la tele, JAMAS DE LA PRIMARIA.

En fin, quedamos en que yo era una adicta a la televisión. Recuerdo que el 12 era Mtv, el 16 cartoon network (creo). Pero ahí tienes que de entre todos los canales, el 33 era el que más resaltaba, porque no se veía nada. El 32 y 31 eran para pay per view, donde pasaban peliculas de Will Smith o Hugh Grant, pero los primeros 15 minutos y ya luego ponían un anuncio de que si querías seguir viendo la película, tenías que pagar 15 pesos. El 33 siempre fue un misterio, porque para ese tenías que llamar a multivisión y todo un método que caía en lo absurdo. No habia anuncios, no había nada. En la guía televisiva se veía que era un canal para adultos (nada que un titulo discreto pero jocoso no distinga).

Fue un misterio hasta que un día, pasando del 32 al 33 (en el zapping, sí), noté que se formaban ciertas figuras en lo que ahora se conoce como white noise y se escuchaban sonidos. Como no recuerdo cuándo noté eso, ni idea qué fue lo primero que vi ni lo que escuché como para que eso hubiera llamado mi atención. La cosa es que a veces le cambiaba al 33 por zapping y más figuras se paseaban y a veces los sonidos eran de chicas que, segurito, estaban pasando ratos formidables. Pero hubo este día donde estaba haciendo zapping, llegué al 33 y en lugar de ver figuras distorsionadas y sonidos que dejaban volar la imaginación del casi apogeo de la adolescencia, vi a una chica desnuda, sosteniendo una manzana verde. y ahí andaba, modelando desnuda. Como saben, playboy se distingue (o distinguía?) no sólo porque en su canal pasaban peliculas porno, sino porque tenían ese toque medio artístico payaso para las chicas desnudas. Así que, mi primer acercamiento con el porno sin una distorsión mediática, es de una chica, modelando desnuda con una manzana verde en la mano. Y si lo recuerdo no fue porque la chica fuera bonita, sino porque me sorprendió ver eso, cuando la costumbre era hacer zapping, pasar por ahí y ver líneas que a veces formaban cuerpos y luego buscar más canales.

Ahora en estos días, en que a los 22 años ya no me sorprende ver esas cosas, puedo decir que formo parte del grupo -no sé si grande o chico- que se desilusiona cuando una chica, durante todo el acto sexual, se le queda viendo a la cámara. Porque sabes que lo hace por la fama.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Del baúl de la memoria


En la primer secundaria que fui, en Corina, un día las paredes del baño amanecieron tapizadas de piso a techo con hojas de revistas porno. No eran como otras fotos de cuerpos desnudos que ya había visto antes. Recuerdo alguien preguntarse como en la tele cuál sería en su subconsciente la proporción entre claxons y fotos XXX.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Perdiéndole el respeto al porno

O perdiendo el estilo, que es casi lo mismo.


(Ya no entendí si el tema era erotismo, porno, sexo o qué, después de una entrada densa y una erudita, va mi turno con una estupidez para relajarse un poco).


Hay un momento en la vida en la que la pornografía se desmitifica y uno puede hablar libremente de ella, y de posiciones, de fetiches y demás fijaciones, de estrellas porno… perdón: de “actores” y “actrices” porno como cuando uno habla de cualquier cosa, por ejemplo del clima, que fácilmente se puede confundir con el climax. Uno se vuelve políticamente correcto con un tema que para algunos podría no serlo.


La cosa es que después de un tiempo de que uno ha integrado el porno como tema aceptable en la charla cotidiana se ve en conversaciones como éstas:




domingo, 30 de agosto de 2009

Cómo montar a un filósofo


Prometí no volver a hablar de Aristóteles. Pero por ahora no tengo cabeza para otra cosa: sufro con una tesis sobre el Filósofo y la interpretación que de él hicieron los medievales. Y, bueno, dado que el tema de esta nueva serie de posts tiene que ver con juegos, erotismo y conexos, creí que sería imposible entrar en resonancia. Pero ¡nada!, que los eruditos medievales también tenían sus horas cachondas. Y como no tenían para jugar nada más que sus vetustos y áridos libros... pues jugaron con ellos.
Por azares del destino encontré una leyenda medieval donde se cuenta cómo Aristóteles cayó seducido por la mujer de Alejandro Magno. La leyenda tiene varias versiones: en una es la mismísima reina, en otra una esclava hindú.

Mi calenturienta mente no tuvo capacidad de generar un cuento ni obra propia. Sólo atiné a traducir una de las versiones de la leyenda. De esta versión surgió una narración francesa en el s. XVIII, que inspiró tanto a algunos versos de López Velarde como un cuento del amadísimo Juan José Arreola: "El lay de Aristóteles".
(y mientras batallo, sudo y sufro con el Estagirita, cada vez que me encuentro con otra aristotélica que lo padece -y que lee en sus páginas una y otra vez cómo la mujer es inferior, etc, etc... le propongo montarnos en Aristóteles y fundar el club de las dominatrix aristotélicas)

Les dejo la traducción: ojalá sea de su agrado.

Alguna vez Aristóteles le enseñó a Alejandro que debía contenerse de cohabitar frecuentemente con su esposa -quién era muy hermosa- para que su mente no entorpeciera a su buen sentido. Y cuando Alejandro obedeció sus palabras, la reina, al percatarse (y afligida), comenzó a atraer a Aristóteles hacia su amor. Y para atraerlo deambuló muchas veces con los pies desnudos y el cabello suelto frente a él.
Al fin, atraído, comenzó a solicitarla carnalmente. Y dijo ella: "No lo haré en absoluto sino hasta que vea una señal de amor, para que tú me pruebes: por ello ven a mi recámara, reptando sobre manos y pies y cargándome como si fueras un caballo, y entonces sabré que no me estás engañando". Al haber consentido con sus condiciones, ella, en secreto, le contó lo ocurrido a Alejandro, quien esperó el momento justo para atraparlo portando a la reina. Cuando Alejandro quiso matar a Aristóteles, éste, para disculparse, le habló de esta manera: "Si así accedió un anciano muy sabio a ser engañado por una mujer, puedes ver que bien te enseñé que puede ocurrirte esto a ti que eres un joven."
Al escuchar esto, el rey lo soltó y se inició en las doctrinas de Aristóteles.

Promptuarium exemplorum. Iohannes Herolt

jueves, 20 de agosto de 2009

Un escrito de juventud.


Buena oportunidad para dar un segundo aire a estos párrafos autobiográficos.

Siempre fui un horrendo obeso. De niño, en la primaria, mis compañeros me orinaban encima y me llamaban “el cara de mierda”. Cagaban, me tomaban entre tres o cuatro y, apretándome la nariz, hacían que abriera la boca para meterme papeles embarrados de sus desechos. Mi padre, un alcohólico y drogadicto, se entretenía viendo a mis hermanas bañarse y se masturbaba en cualquier lugar del minúsculo y fétido departamento. Mi madre, odiosamente estúpida, trabajaba todo el día y parte de la noche en una maloliente y grasienta fonda del centro de la ciudad. Mi inmundo cuerpo y yo estábamos solos.

Para cuando me gradué de la escuela primaria, ya me metía cualquier cosa en el ano para compensar los cerotes que retenía cada vez que podía. Como los aplastaba con mis nalgas, frecuentemente me embarraba y despedía un hedor insoportable. Cada vez que hacía eso, me bañaban mis hermanas con jícaras de agua helada en el patio, bajo la mirada de risueños niños y adultos del edificio. Lo que no sabían era que ese castigo me gustaba tanto como a ellos.

Fui desarrollando un placer por la vejación, por ser humillado, por hacer el ridículo, por dar lástima. A los trece años, mi padre me quebró todos los dientes frontales mientras me metía salvajemente el pene por la boca y se venía furioso, llenándome la garganta de semen. Después, le dijo a mi madre, eterna idiota, que me había descubierto metiéndome cosas por el culo y que por eso me había golpeado. No dije nada, había aprendido a disfrutarlo.

Hurgaba en el bote del baño y conocía el sabor de mis padres y de mis hermanas, tenía mis favoritos y jugaba a adivinar de quién era la mierda que ingería. La mía no me gustaba, me daba asco. Harto, sin embargo, de los mismos manjares, recorría restaurantes y supermercados y disfrutaba probar cuando alguien estaba enfermo: sabores agrios que duraban más tiempo en estado casi líquido. Me han contagiado miles de veces, pero nada ha podido postrarme más de una semana.

Un día me enfadó la mierda humana. En las miserables calles de barro que componen nuestra colonia abundan los perros sarnientos y la zona siempre despide los densos vapores de la caca animal. Me he convertido en un adolescente que a propósito pisa lo que los perros dejan para después lamer las suelas encerrado en su cuarto. Mi padre ya me coge por el culo y el hueco que dejaron mis dientes lo encuentra especialmente delicioso. Mis hermanas se han ido a parir hijos a lo pendejo y mi madre continúa manteniendo los vicios de mi padre y mi aqueroso estómago.

Como mi madre ve en mi “potencial” me inscribió en la secundaria sin importarle que estaba, al menos, tres años atrasado. Son días oscuros. Las gente se vuelve más inofensiva en sus burlas con los años. Me llaman simplemente “el puto”, “la cerda” o “el cacarizo” (porque tengo plagada la cara de granos). Nada más. Yo me como su mierda cuado visito los baños y a propósito me cago en las clases para escuchar insultos más graves. Cuando llego a casa se la mamo a mi padre y después voy y me cojo cualquier chucha en celo que pase. Vienen las vacaciones, ya me comienza a aburrir la mierda de perro y no sé con qué he de suplirle.

viernes, 14 de agosto de 2009

Materia gris y tres equis

La casa de mis tíos era grande. En ella vivía también mi prima. Yo calzaba del veinte pero tenía unos patines del veintiséis, que usaba en los interiores de las casas, pero aún más, en los interiores de esa casa. Mi tío trabajaba mucho, mi tía se iba al gimnasio, mi prima tenía unos patines, yo tenía unos patines y en la sala había un estéreo. Era la época de la canción de Short Short Man y mi parienta no dudaba en repetirla a todo volumen, hasta que se le ocurrió lo de meternos a husmear al cuartito. Era una habitación chiquita bajo las escaleras, donde estaba la caja fuerte, que contenía contratos, credenciales y revistas porno. Para ella, la que no era yo, estaba implícita la invitación a violar el cuartito, y conmigo de acompañante y cómplice, hojeamos muchas de las publicaciones "para adultos".

No recuerdo una foto en especial, ni los desnudos totales, ni las poses, ni las historias. Más bien la hazaña de entrar al lugar prohibido, el "a ver si no nos cachan". Y no, nunca. Cuento con los dedos de una mano las veces que estuve dentro del cuartito, porque luego dejé de ver a mi prima, pero poco tiempo después, en las siestas sobre las carreteras, soñaba clichés sensualones de película gringo-mexicana de acción: que yo, de veintitantos años y bastante atlética, salvaba de la explosión al Museo de Historia Natural de no sé qué metrópolis, y que un galán me recompensaba con besos y caricias. Ni yo entiendo por qué aquello se me quedó grabado, o por qué me gustaba tanto pensar la escena así. En esa infancia, hasta allí llegaba yo con mis historias "eróticas", que después, un día como hoy, o más bien hoy, en el desvelo parcial (¿hay un desvelo total?) me da por soltarlas a los cuatro vientos.

Para no asustar al lector que se asusta, mi objeto porno más porno reside más en la imaginación que en los puestos de revistas o las sex shop. Aunque, se supone que así es la cuestión y a nadie le da susto. Por suerte.

martes, 11 de agosto de 2009

X


Dicen que lo prohibido es lo deseado, así que puedo decir que mis padres fueron quienes avivaron mi capacidad de deseo, pues en mi casa todo estaba prohibido. Mi hermano y yo asistimos a la infancia como testigos, y nos limitamos a leer las travesuras que nos hubiera gustado hacer. Como la mayoría de los objetos que poblaban la casa eran intocables o estaban escondidos, nuestra fraternidad se estrechó en vínculos peligrosos: el del secreto, la complicidad y la imaginación.
Nuestro primer gran delito fue la violación del secreto masónico, al hallar los arreos de mi padre. Lo pagamos con una noche de pesadillas, pues los símbolos bordados en el mandil fueron suficiente para excitar nuestro morbo y, sobre todo, para convencernos de que un desconocido simulaba inocencia, pero seguramente era un ser maligno y capaz de crueldades rituales e insospechadas. Enloquecidas mandíbulas y esqueletos de animales revoloteraron en mi mente durante semanas en las que evité por todos los medios posibles evitar el contacto con papá.
Cuando tuve diez años y mi hermano, doce, la curiosidad se empezó a aliar con las hormonas. Por fatal coincidencia o por suerte o destino -que no son iguales, aunque se parezcan- mi hermano y yo presenciamos la compra de una pequeña caja que ocupó nuestras conversaciones durante un tiempo. Era un VHS, El amante. Ni más ni menos.
Podría decir que esa fue mi primera pornografía, a pesar de que nunca vi esa película. Lo fue porque mi hermano y yo dedicamos horas a buscarla, pues mis padres la escondían; una vez hallada, leímos la sinopsis una y otra vez, y la devolvíamos siempre a su escondite, para evitar ser descubiertos. Aunque la breve reseña al reverso de la película no me decía nada y la foto de la portada -el retrato de una chica pálida y circunspecta- era aun menos elocuente, lo auténticamente excitante, erótico y pornográfico, era complementar la visión del secreto a partir de la prohibición. Con mis diez años y mi torrente hormonal de niña apenas puberta, logré imaginar escenas que no he visto nunca, que no he vivido nunca, que no sé si toleraría si alcanzaran concreción. Las imaginé y las relaté a mis amiguitas de la escuela, y cuando preguntaban de dónde sacaba yo eso, les explicaba que de una película que tenían mis papás. Cuando alguno de ellos iba por mí a la escuela se veía rodeado de risitas incomprensibles y sonrojadas, y yo me sentía culpable a medias, pero satisfecha también.
Después el sexo se volvió gráfico, y luego sonoro, y luego táctil. El sexo se volvió una vivencia o una travesura. El sexo se convirtió en las fotos de los penes de mis compañeritos de secundaria, que competían para ver quién lo tenía más grande y nos mostraban las imágenes para que las comparáramos, pero no nos lo enseñaban porque les daba pena. El sexo fue también la primera vez que alguien metió su lengua en mi boca y su mano entre mis piernas, así, en simultáneo, sin previo aviso, sin paredes ni techo: una madrugada en plena calle, mientras los perros ladraban y nuestros padres y amigos nos buscaban imaginando lo que sucedería -lo que estaba sucediendo-. El sexo fue un cuarto cerrado, una ventana abierta, un par de cicatrices. El sexo fue la luna y la voracidad. El sexo fue los libros de Sade, las borracheras de universidad, un coche afuera de mi trabajo, un cigarro que se fuma y se gime. Fue eso y las películas francesas y las portadas de revistas que uno, al andar por el centro, no puede evitar ver. Pero el sexo no ha vuelto a ser, (no ha sido hasta ahora y quizá nunca lo sea) la violencia, la ansiedad, la perversión y la extrañeza con la que se proyectaba el contenido de una cajita negra en la imaginación de mis ya lujuriosos diez años.
(P.D.: Ya sé que no pedí turno y publiqué nomás de tetas, pero es que nadie se aventaba.)

jueves, 6 de agosto de 2009

¡Ay papito! Verde que te quiero verde...


Ay dios, mi primera pornografía señores; un hombre verde, voz socarrona, ¡Ay chulo!, que papacito... esas noches de primaria no eran tan solitarias, bastaba imaginarse una estudiante... que quisiera aprender artes marciales... una niña quizás de doce años... huérfana (sus padres en la historia habían muerto en alguna batalla en la que Pikoro había participado y por la culpa la adoptaba), que Lolita ni que mis calzones...
Además imagínense; si el hombre podía cambiar de tamaño a voluntad,y le crecían así las manos...¡Ajua!, Pégame marcianito pero no me dejes (¿alguien sabe si existe la marcianofilia?), que noches de abducciones aquellas...
Claro hasta que al maldito de Akira Toriyama se le ocurrió, ¡Por dios santo, como se atreve!, que todos eran putos y que se reproducían por la boca (si, ya sé que eso se ve desde que Pikoro Padre, tuvo a Pikoro hijo, pero siempre cabía la posibilidad de que fuera sólo una clonación atípica...), claro que me niego a esa variación de la historia porque ¡Pikoro es muy macho y puede con todas! (¿me escuchaste Akira? que puros hombres ni que tu nipona madre...).
Para poner a moda la verdiofilia; o marcianofilia, o mejor aún; la pikorofilia, he dicho.
Janik

jueves, 30 de julio de 2009

Brevísima Ciudad de municipios: rancho grande de ranchos grandes

La Ciudad es el tema, y se siente como en un capítulo de Los Simpson, cuando estos van y visitan Ciudad Capital. Aunque deja de sentirse así cuando no veo mi piel tan amarilla ni estoy yéndome a la Ciudad Capital, el Distrito Federal.

La Ciudad esta vez va a ser Mi Ciudad, y a ella le dicen Guadalajara. Pero tal vez tampoco voy a hablar sobre ella. Hay un mote para abreviarla en los periódicos, quizá sea frío "pero se entiende", y es entonces que con más frecuencia me acostumbré a no tener que interpretar una segunda y una tercera vez las letras ZMG. Zeta-eme-ge: Zona Metropolitana de Guadalajara (Así que esto es mi vida).


La ZMG está conformada por Guadalajara, El Salto, Tlajomulco de Zúñiga, Tlaquepaque, Tonalá y Zapopan, y para los turistas de El Montonal les traigo un pedazo de ellos, en forma de dulce de leche o rollo de guayaba.

Para empezar me sobran y me faltan los clichés y se me va de las manos el conteo de palabras óptimas para terminar con bien mi cachito de post. Entonces prefiero platicar sobre El Salto, bonito nombre para un municipio que antes se llamaba El Salto de Juanacatlán. Bonito nombre para un municipio no muy hermoso. Y aquí inserto mis recuerdos: Tenía 14 años y era en estas lluviosas fechas del año cuando fui a una de sus colonias: Las Pintitas. Los que conocen allá saben que un área se llama Las Pintas de Arriba y otra que se llama, oh sí, usted adivinó: Las Pintas de Abajo. En aquellos años mi mamá tenía una troca vieja de 1986, y con las lluvias de la temporada la presa de Las Pintas (en la que dicen que antes podías pescar mojarras) se desbordó y casi-casi no logramos llegar a la casa de la mamá de La Chispa, una niña que, atenta a las modas noventeras, a sus 11 años presumía un mechón rubio y decía "qué chispa".

Tlajomulco de Zúñiga: Tlajomulco de Zúñiga no tiene la culpa de que yo la recuerde como cómplice de mis antiguas infidelidades, la culpa la tendría que tener yo. Pero vamos, Tlajomulco también se inserta en mis recuerdos con sus caminos polvorientos rodeados de ladrilleras, el olor a pollo rostizado a la entrada (y el periférico, tan ruin, también a la entrada, a la salida), los perros callejeros por montones y las colonias de viviendas malhechas que el más-ruin-que-el-periférico-Vicente-Fox inauguró en el 2004, entre otros detalles feos como las ejecuciones, y otros detalles bonitos-chuscos como el recorrido turístico al cerro donde recientemente cayó un avión. (?)

Luego tenemos a Tlaquepaque y Tonalá, las hermanas artesanas. En ellas se forman en varias filas las esculturas, adornos, ropa, vajillas, muebles y no-adornos (es que hay cosas re feas) de barro, vidrio soplado, cerámica, bejuco, hierro forjado, yeso, piel, etcéteras. Para el que sabe o para el que no, en Tonalá se compra barato, en Tlaquepaque caro. Tonalá para mayoristas, Tlaquepaque para turistas. Tonalá tianguis y puestos de comida, Tlaquepaque oropel y restaurantes adornados con papel picado en los que tocan dos o tres mariachis: que el mariachi femenil, que el mariachi huichol... medio falso el ambiente folclórico, pero allí está para eso. (aunque el mercado y la azotea del Centro Cultural El Refugio hagan la diferencia. ¿La hacen?)

Zapopan, o Ciudad Zapopan, como casi nadie la llama, a excepción de los que la quieren mucho o los que se están burlando. O no, pero oh, Zapopan es muy lindo. No me canso de mencionar que la basílica de Zapopan es una chingonería de la arquitectura, y frente a ella su explanada en la que hace tiempo tocó la Sonora Dinamita y fui para presenciarlo (o para bailar, pero no sé bailar). Esa ocasión Margarita (la que canta) gritó varias veces una que otra majadería. Ahorita no recuerdo bien, pero digamos que fueron "chingado" o "méndigos". Entonces, a medio concierto nos anunció que el obispo de la basílica había mandado decir que no se dijeran palabrotas, a lo que Margarita contestó algo como: "¡Pues ya no digamos más groserías, chingada madre, todos vamos a bailar!" Y bailamos, sacrílegos.
Pero para hablar de Zapopan me voy a tardar, es casi como platicar sobre Guadalajara, o lo mismo que hablar de Guadalajara, porque, digamos que Zapopan es muy grande, más que Guadalajara, y que está lleno de contrastes entre marginación y plazas comerciales siempre nacientes, y de colonias con nombres divertidos como Jardines de la Patria o Arenales Tapatíos. O cerros conocidos como El Diente (al que nunca he ido) o un bosque con un nombre muy bonito: El Nixticuil.

Por último, en Guadalajara está mi casa, que no es mía, es rentada. Pero es donde vivo y aunque le digan rancho no lo he abarcado todo. La Zeta-eme-ge se me escurre por los dedos, muchas veces. Y cuando no, me sorprendo comiendo una torta ahogada (pero no echándole porras a Las Chivas, no vayan a exagerar). Cuando la extraño, paraíso gay (paraíso heterosexual luego) es cuando, de seguro, llevo dos días sin salir de mi cuarto, en un puntito de la ZMG.

martes, 28 de julio de 2009

Infinito

Aunque el Filósofo Aristóteles haya prohibido la existencia de infinitos en acto, y el rebelde Giordano Bruno haya concedido su existencia siempre y cuando se asuma que de ese infinito nadie puede escapar (pues lo llamamos universo, y por ser infinito, sólo puede haber uno), yo, señoras y señores, puedo afirmarles, sino asomo de duda, que ambos filósofos se han equivocado: dentro del infinito y único Universo existe otro más pequeño, pero no por ello carente de las propiedades del infinito legítimo.

Yo he estado ahí. Y he podido escapar sinnúmero de veces de sus imposibles linderos; aunque siempre me ocurre como en los sueños: jamás nos damos cuenta del instante en que dejamos la realidad y entramos al mundo de lo onírico. Así, justo así, me encuentro insensiblemente del otro lado de lo infinito cuando un Estrella Blanca o un ADO tratan de escapar a su fuerza gravitatoria. De alguna manera lo consiguen y entonces, por el módico óbolo de unas cuantas horas, nos hayamos en esos pueblos, ordenados y limpios, que nuestros paisanos se atreven a llamar su ciudad, sin saber si quiera el verdadero significado de esas palabras (¿o será que ésta es la que ya no es más ciudad, y debemos buscarle un nombre apropiado? ¡qué se yo! Megalópolis ya es poca cosa. ¿Infinitópolis? Llamémosle, mejor, Monstruópolis: único individuo de su especie, pues ¿cuántas infinitudes como ésta caben en el Universo?)

Sus habitantes desesperan algunas veces y marcan límites artificiales a su prodigiosa ciudad. Pero ¿cuántas veces no cruzamos la falsa línea que dice “Ciudad de México, Buen Viaje”, y, burlándose de nuestros urbanistas a carcajadas, Monstruópolis se extiende sin limitación que pueda contra sus potencias geométricas?

El matemático Cantor demostró que hay infinitos que caben dentro de infinitos. Él, claro, hablaba de números, y sus demostraciones jamás pasaron del papel y el lápiz. Pero quizás la evidencia experimental del prodigio por él imaginado se halla aquí. Porque aunque éste sea un infinito acotado, pues puede ubicársele en el mapa, posee propiedades que sólo un infinito tiene. He aquí las pruebas que he conseguido reunir:

a) Ninguno de sus habitantes la conoce toda entera. Ni el taxista veterano más aventajado está libre del potencial peligro de la exigencia de algún pasajero por llevarlo a un lugar totalmente ignoto.

b) Aunque siempre frecuentemos los mismos lugares, como el centro (¡cómo ese infinito se atreve a poseer un centro!), jamás veremos dos veces las mismas caras. ¿Cuántos millones de rostros nuevos y siempre nuevos nos encontramos cada sábado que vamos a caminar por Francisco I. Madero? Lo prodigioso es que el prodigio ya no nos sorprenda.

c) Los prodigios mencionados por Monsiváis: en el vagón del metro se resisten a perder su principio de individuación la infinita cantidad de almas que caben dentro del tren de las ocho de la mañana, línea uno, dirección Observatorio.

Y de éste último prodigio queda claro que nuestras propiedades corpóreas han sido afectadas por habitar en tan misteriosa ciudad. Porque sólo así, siendo infinitas en número las almas que habitan una superficie que se presume finita, se explica nuestra falta de imaginación: no es que ella sea poca, sino que todos los pensamientos posibles, pasados, presentes y futuros, por más que sean, por más apabullante que sea su número, es finito. Y cada pensamiento está condenado a repetirse infinitas veces a causa del infinito número de almas que habitan esta ciudad. Por eso, como lo relata el mismo Monsiváis, aún el pensamiento más excéntrico es compartido por millones en un mismo instante.

Quizás no sea la ciudad la prodigiosa. Quizás los que ya dejamos de ser individuos somos nosotros. Porque el infinito posee sus propias paradojas. ¿Cómo saber que, cuando al fin regresamos a casa y con alivio comprobamos que la llave aún abre la cerradura, y que adentro nos espera el mismo gato… es efectivamente el mismo gato, y la misma cerradura, y el mismo hombre?

¿y si fuera que, al ser Monstruópolis la suma de sus lugares infinitos, pero al ser simultáneamente finito el número de modos y posibilidades de vida, hemos caído inadvertidamente en otra casa, gato y hombre iguales?

viernes, 24 de julio de 2009

La ciudad y sus habitantes.

Cuando pienso en la ciudad, pienso especialmente en el centro de esta ciudad. Le aseguro que ahí encontrará lo que busca. Si usted quiere accesorios de oro y plata, vaya a las joyerías de la calle Madero. ¿Un vestido ampón para usar en su fiesta de quince años? No deje de ver las vitrinas que hay en República de Nicaragua. ¿Un smoking? Lo acompaño a la Lagunilla. Si busca una mascota exótica, visite el Mercado de Sonora (cierta vez un vendedor me aseguró que tenía a la venta un Beagle, que al mismo tiempo era Basset Hound) y en el mismo lugar hallará las hierbas necesarias para hacer un amarre o algún trabajo de Santería. Instrumentos musicales: República del Salvador. Alimento difícil de conseguir: Mercado de San Juan. Pedrería: Bolivar. Libros viejos: Donceles. Putas: La Merced. Lámparas y candiles: Victoria. Figurines de dioses prehispánicos: Zócalo. Y aquí, allá, repartidos en partes iguales encontrará hoteles, iglesias y cantinas.
No conozco muchas ciudades. Pero sé que en otras, como en ésta, alguna mujer se detiene entre la multitud para mirar un par de zapatos a través de la vitrina, una pareja sale del hotel acostumbrado y se pierde en las calles, el comerciante ofrece sus productos al paisano y al extranjero, la familia gasta sus ahorros en comprar lo necesario para dar una gran fiesta, los que vuelven de la oficina se dirigen a un bar, los que vuelven deslomados se dirigen a un tugurio miserable, una mujer se prueba el vestido de novia, la puta vuelve a casa después de la jornada, un vagabundo habla solo, algunos entran en la casa de dios y otros celebran, con nostalgia, a los viejos dioses desterrados.


Fotografía: Mijael Jiménez.

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